viernes, 15 de marzo de 2013

LA BREVE RAPSODIA DE TIEMPO

Treinta y siete metros de altura hasta la cubierta superior. La única explicación para construir un monstruo de tal tamaño era la falta de un puente y la necesidad de trasladar de una orilla a la otra cada suerte de cosas que el ser humano podría imaginarse, desde lo más básico y obvio hasta las cosas más rebuscadas y sorprendentes. Entraba todo. O casi todo…

Era por el río. Con sus aguas oscuras, misteriosas, a menudo tan vórtices, famosos por sus inesperados remolinos. El barco iba lento respetando la regla básica, según cual para cruzar el río hace falta tiempo. Podría medírselo precisamente, hasta un segundo, pero… ¿Podemos hablar de tiempo con precisión? Por supuesto que si, tenemos calendarios, julianos, gregorianos, incas, chinos, musulmanes y varios otros. Tenemos relojes, del sol, de metal, de plástico, de cuarzo. A partir de la época de Immanuel Kant tenemos también la innata noción de tiempo, una categoría interna, un sentido, tal cual como el sabor, la vista, el olfato.… El sentido de tiempo.

¿Podemos hablar de sentidos con precisión entonces? ¿Un lunes por la mañana, mirando a negras nubes acercándose y disfrutando de los últimos rayos del sol de un verano que estaba por terminarse? Al hacerse esa pregunta parado en el borde de la cubierta superior, agarrado a la baranda, escuchando alguna zamba para olvidarse (como suele ser - del amor y soledad), que salía de los parlantes, Tomas volvió a percibir aquella extraña sensación, que desde siempre le acompañaba. En este caso desde siempre significaba desde sus primeros recuerdos.

Aquel viaje tan largo, aquel amor apasionado, lento y rico, el miedo de perder la que amaba, aquel dolor de estar muriéndose… los recuerdos de un mundo distinto, lejano, pasado… Tomas nunca pudo entender ese fenómeno tan raro, la sensación de una eternidad que pasó entre lo que ha sucedido antes y el presente. A veces, desesperado agarraba el calendario, miraba las fechas de los emails, los registros de llamadas, trataba de asociar hechos para recordar cuando fue… y no entendía. Toda la evidencia a la cual recorría le decía: hace un mes, hace una semana, dos días antes, ayer…  Y una interna defensa, una protección contra el dolor de una vida, que ya había pasado, le dejaba con la sensación, que no fue ayer, fue hace mucho, una vida antes por lo menos. Se escapaba de su propio peso, de su memoria, alcanzando la levedad. En estos momentos casi se creía capaz de pisar el agua y caminar por el sin hundirse. Solo que nunca lo probó…

Observando a los fugaces y cada vez más raros reflejos del sol en el agua y volviendo al peso de los pensamientos cotidianos Tomas se preguntó cuánto tiempo más del viaje quedaba. Podría mirar el reloj pero sabía que de esta manera no iba a encontrar la respuesta. Soy un reflejo de luz - pensó. Un instante, que termina antes de darse cuenta, que está. Siempre le parecía que eran el amor y la muerte, las dos hermanas que nacieron de la misma raíz, las que luchaban por su alma y por su eternidad. Y cuando de golpe  su mente y su espíritu percibieron el reflejo de esa ambigua luz que determinaba su vida entera, todas sus huidas y búsquedas de algo duradero, pleno e interminable, en que no sabía creer lo más mínimo, la zamba de los parlantes llegó a sus últimos acordes y Tomas escuchó una canción nueva. Aquella voz tan conocida preguntó: Is this the real life? Is this just fantasy? Las palabras que conocía de memoria, tan bien como si fueran sus propias.

Pero no eran suyas. O por lo menos no le pertenecían hasta el momento cuando decidió apropiarse de ellas. Open your eyes, look up to the skies and see…  Si hay algo que se resiste al paso de tiempo no es ni el poder, ni la fuerza. No es la fe, ni la esperanza y ni si quiera lo es el amor, aunque Tomas tanto lo quería creer. Si hay algo que se resiste, es la genialidad. Bohemian Rhapsody… the Queen… una sensación de sorpresa atravesó la mente de Tomas. ¿Freddy Mercury… cuando fue esto? ¿Cuándo murió? Desde su altura de la cubierta superior miró sorprendido la lejana superficie del agua. El hemisferio izquierdo de su cerebro tenía una respuesta rápida; ¿noventa y uno, noventa y dos? Más de veinte años. Pero el hemisferio derecho sabía que fue ayer.

Había otros, innumerables. Johan Sebastián Bach, su Tocata y Fuga Re menor, Astor Piazzolla y el Libertango, los autores de obras tales como La Insoportable Levedad Del Ser, El Maestro Y Margarita, Las Invasiones Bárbaras, y ni hablar de los antiguos genios como el primer plantador de la uva de Moscato, o el que primero supo ahumar una caballa… 

Ellos, por sus hechos grandes se han convertido en parte del cielo nocturno y permanecerán allá. No mueren y si murieron, murieron siempre ayer. Y cuando vivían eran capaces de mantener y recuperar la locura y el sufrimiento, los dos ingredientes indispensables para dar a la luz lo que se resiste al tiempo. Como estas palabras: I don't wanna die. I sometimes wish I'd never been born at all.

A pesar de todas sus primaveras Tomas supo mantener la inocencia, tan genuina como si todavía tuviera cinco años. La sociedad, su entorno, inclusive gente que lo amaba esperaba que sea adulto, maduro, responsable… que tenga planes, proyectos, metas de largo plazo…

¿Y que tenía el…? Hambre, calor, deseo, dolor y otras sensaciones tan fugaces que sólo se pueden convertir en lo eterno si están vividas sin noción de algún futuro, de cambio alguno. Ya de niño estaba capaz de repetir innecesariamente lo ya dicho: tengo frio, estoy feliz, me gusta, quiero comer… La gente, que a la palabra le pone un valor informativo más allá de la expresión de los sentimientos solía enfurecerse en su presencia, después de haber escuchado lo mismo unas veinte veces en unos tres minutos.

¿Fue entonces ayer, cuando murió su cantante preferido? ¿Dos décadas comprimidas en un solo día? Quedándose con estas divagaciones obviamente innecesarias se dio cuenta, que la canción terminaba… Nothing really matters, anyone can see, nothing really matters, nothing really matters to me… anyway the wind blows.…Si miraba su vida con ojos de los demás, parecía verdad. No le importaba nada, le llevaba el viento, el aire, su naturaleza de Géminis, un soñador perdido en el mundo posmoderno. Pero si a su vida la miraba con sus propios ojos, sabia y sentía el tremendo peso de la levedad. El peso de huir, el peso de no elegir, de no decidirse, de oportunidades cuales pudo escapar, la amargura del amor perdido y la todavía más amarga desilusión con el mismo.

El barco se movía lento. Las olas – a pesar de un viento muy fuerte - desde los treinta y siete metros parecían pequeñas. Tomas - parado, agarrando la baranda para que el viento no se lo lleve hacia otro destino - miraba hacia el horizonte, a las nubes de la tormenta. No le quedaba duda que la tempesta formaba parte de su viaje. La otra orilla todavía no se veía muy claramente. Sin embargo el barco ya se alejó lo suficiente de la orilla del origen para que Tomas pueda recordar, que la tormenta más fuerte nunca viene del norte. Ni del sur, ni del este. Y del oeste tampoco. Viene siempre de adentro, de uno mismo.

¿Y como atravesarla? ¿Fluyendo, con su energía, dejando llevarse como lo enseñan los maestros del Oriente? Hubiera sido la respuesta correcta, si no hubiera sabido que no es solo la felicidad, la que fluye con la corriente del universo. La basura también. Y ir contra corriente significaba arriesgarse, quizás hasta hundir el buque. Siendo su capitán  era responsable de el tal cual como de sí mismo.

Recordó a aquel doctor, quien vendió su alma al diablo. Se le cruzo una vez en el camino, o por lo menos en el sueño. Tenían con Tomas algo parecido, un dolor poco explicable, pero a diferencia  de Fausto, Tomas no demandaba que el bello momento permanezca, sólo soñaba con poder decir: Me quedare contigo, a pesar de los malos momentos. Solo soñaba. Era una de esas pocas cosas que sabía hacer realmente bien.

Dicen que el único fenómeno eterno del universo, el único principio que no cambia, es el cambio mismo. Y dicen que todo renace. Tomas sabia, hay algo que no dicen… para renacer, primero hay que morir. Miró a la orilla del destino. ¿Lejana? ¿Cercana? ¿Angustiante? ¿Deseada? Con una extraña palpitación del corazón sintió que su razón, que hace treinta y pico de años eclipsaba sus emociones, estaba desapareciendo. Miró el turbulenta agua, abajo pero ya no tan abajo como le parecía antes. Un paso a través de la baranda, un momento de duda, un impulso, interno empuje hacia adelante, un salto. Un vuelo. Un instante … una película de treinta y siete años de vida que se estrenó frente de sus ojos,  lo último que registro durante su caída libre hacia la eternidad.

Los pocos testigos de su caída tuvieron más de una versión de lo ocurrido.  Decían que al instante, guiado por su peso y la ley de gravedad, después de haber chocado con el agua desapareció en un vórtice. Otros decían que ni toco el agua, que - como si fuera una liviana pluma - se lo llevó el viento con sus celestiales destellos riéndose de los inventos de Isaac Newton, hasta que un relámpago atravesando la distancia entre ambas orillas lo encontró en su camino. Y por fin, algunos, los que menos sabían del peso y de la levedad, afirmaban que de manera extraña suavemente alcanzo la superficie y se fue caminando por el agua hacia otro horizonte. Hacia su propia locura. No sabían explicar bien a que se referían. Y no es nada extraño. Con precisión podemos hablar de tiempo. No de la eternidad.


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