Solía
preguntarme: quien soy, que quiero ser, quienes somos, porque somos así?
Hoy me fui
a escuchar tango sinfónico en la Usina del Arte. Era pura casualidad, en
realidad me fui a bailar, pero como no pasaba nada interesante en la pista,
descubrí un auditorio lleno de gente y un concierto que estaba por comenzar.
Elegí estar parado y ver bien en una platea de costado, no tenía ganas de
sentarme. Arrancaron con un tema suave…. el señor de unos cincuenta que se bien
notaban en su cabeza calva seguía conversando con su señora e hija. Me acerque
y sin decir nada suavemente le toque el brazo bajándolo con un mensaje
transmitiendo lo que estaba pidiendo. Me aleje. Termino la primera pieza, los
guardas abrieron las puertas lejanas para que entre la gente que llego tarde.
De repente, el señor mayor se levantó, se acercó así que nuevamente le pude
tocar el brazo con un gesto amable. No me toques – dijo. Anda a decir a estos
que entran, que no molesten. No, anda Vos – respondí un poco sorprendido .
Imbécil – era su última palabra. Y se sentó juntos con su familia. Luego volví
a disfrutar de la música de modo algo distinto, de lo que me esperaba y cuando
termino la segunda pieza, sin saber porque y sin entender, en el momento de los
aplausos, del puro impulso me acerque a la familia y, así de corazón, sin
buscar demasiada dulzura, le dije – sos ridículo. Repetido tres veces, no soy
fanático de repetir, pero el carácter obsesivo suele expresarse de tal manera.
La señora y la hija le agarraron al señor mayor y no le dejaron de levantarse,
por lo menos hasta que comenzó la tercera pieza.
Reconozco,
que cuando – a pocos segundos de la tercera pieza - se levantaron los tres,
sentí un temblor y algo de adrenalina, que hacia mis músculos ponerse de
piedra. Pero como el señor era de clase alta y culta, no llego a caricias
físicas y dentro de un discurso emocional de su parte solo recuerdo haber
escuchado un tan amable „puto!“, el cual expresaba la gran emoción del señor
mayor hacia a mí. Y se fueron del auditorio…
Pronto después la
música logro otra sutileza, el corazón se conectó con la tristeza, los ojos
vieron a una señora mayor, sentada a la derecha, un poco más lejos, sacando se
los mocos en ritmo de un tango famoso, el nombre de cual desconozco por ser
ignorante. Al satisfacer mi deseo de mirarla di la vuelta a la cabeza, justo
para ver a un señor sentado que estaba echando a una mujer bastante mayor
parada en frente suyo, porque le tapaba la vista y cuando lo logro, contento saco
su celular y se puso a mandar mensajes. Los últimos acordes de Adiós Nonino le
indicaban el ritmo de presionar las teclas. Comenzaron
a aplaudir de vuelta y entendí.
No somos lo
que queremos, somos lo que podemos.