Si
no puedo ser tu hombre,
que
por lo menos algún día
logre
ser tu escritor favorito.
Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento que constaba solamente de su esposa,
había de recordar aquella tarde remota en que por vez
primera escuchó el nombre de su bellísima mujer, tan real y a su vez mágico.
Era entonces un joven ilusionado por la vida, con la aspiración de saltar por
encima de un abismo que separaba sus miedos y sus sueños.
Su memoria volvió a ese momento lejano, cuando -al verla-
tomó coraje y la encaró.
- El
amor no es una locura a primera vista, el amor se construye. Lleva mucho tiempo
desarrollarlo, conociendo a su cónyuge y creciendo juntos -le dijo- y por eso
podría compartir mi vida con cualquier mujer, entregarme plenamente a ella, sea
como sea, para crear juntos una vida feliz y plena. Con una sola
condición -agregó- que seas tú.
Se rió de sus palabras.
-
No puedo compartir mi
vida con un solo hombre, respondió
honestamente, agregando que le gustaba la libertad.
Sin
embargo lo hizo, lo eligió a él y se quedó con él engañándolo sólo de vez en
cuando. Sin ocultarlo mucho. A pesar de eso, o quizás exactamente por eso, la
amaba todavía más.
Aquella noche, abrazándola tiernamente después de una
intimidad apasionada e intensa, decidió separarse. ¿La causa? Su mujer leía
demasiados libros, miraba demasiado cine, caminaba a menudo por calles vacías
acompañada sólo por la luna, bailaba con extraños de tal manera que nunca
podían olvidarla, se despertaba cada día con la esperanza de que sea hoy... Era
una mujer libre y salvaje. Razones suficientes para pedir el divorcio por culpa
de la cónyuge ante cualquier tribunal.
No obstante, hubo un motivo más que no se podía indicar en la
petición del divorcio. La más honesta, la verdadera causa del fracaso de ese
matrimonio de muchos años. El nombre de su esposa no le gustaba más. Seguía siendo muy real, sin embargo
perdió su aspecto mágico. Y que vale un nombre que no tiene magia.
Su mujer se llamaba Soledad Dolores Márquez.
La culpa siempre la tienen los dos. No podía engañarse, sabía
que también él aportó su grano de arena para llegar a esa bifurcación de
caminos que aleja para siempre a los amantes del pasado. Fue su inaguantable
alegría, su fuego, su voluntad de jugar, la sensibilidad de un niño que se
reflejaba en sus ojos, su corazón demasiado joven para el mundo que lo rodeaba,
su pasión por bailar la vida. Sí, él mismo también fue culpable.
Decidió hacerlo al cien por ciento, dejando atrás todo lo que
compartían. Una separación completa, con
división de sueños, amigos cercanos, lugares preferidos, platos favoritos,
canciones más escuchadas. Sin cosas intermedias. Separación definitiva y total.
Un paso bien pensado, sin vuelta atrás. Un salto adelante desde el borde del
abismo.
Ella, al enterarse, lo tomó con dignidad y calma, con la paz
que sólo tiene uno que ya vivió lo que hay que vivir en la vida, compartió
mucho y por sus vivencias se llenó de amor. Sin reprochar nada, lo aceptó. Se
pelearon únicamente por recuerdos, cada uno quería quedarse con los mejores,
con las playas vacías en noches de verano, con lunas llenas de besos del
sabor a mangos maduros, del canto de pájaros que les envidiaban a ellos las
canciones de pasión. Los dos querían deshacerse de momentos malos, de lluvias
que de vez en cuando salían de los ojos e inundaban el piso entero, de nubes
que raramente tapaban el brillo de los ojos, de infartos de desesperación que
ocurrían por causa de la infertilidad de Soledad.
Sí, él también la engañaba. Con varias mujeres que eran sus
amantes por tiempos bien prolongados. Las amaba. Sin embargo nunca estuvo
dispuesto a resignar de su matrimonio, a huir de ese vinculo más natural y más
profundo de cada ser humano. Nunca, hasta entonces.
Lo informaron sobre las reglas del divorcio.
Primero, que la separación es el primer paso de la existencia. Segundo, que
para renacer primero hay que morir. No fue muy esperanzador, sin embargo él estuvo
dispuesto a separarse a cualquier precio. Inclusive le pagó una fortuna a un solemne abogado de traje oscuro y triste para que hiciera su trabajo de manera diligente. Más allá de
las dificultades emocionales, le dijeron que era una pura formalidad, un caso
típico basado en una causa bien justificada. Le prometieron una resolución
rápida, poco dolorosa y sin confrontaciones innecesarias.
Sólo un pequeño detalle lo dejaba sin dormir. La verdad es que
el sistema judicial de nuestro país no funciona nada bien. Día tras día, mes
tras mes, año tras año, la fecha de la audiencia no estaba indicada. Según el
abogado, ese mentiroso y corrupto hijo de mala leche, ni siquiera se asignó la
causa a alguna jueza dispuesta a examinar el caso. Fue así, le explicaron, por
dos razones. Primero, la escasa cantidad de demandas de divorcio de manera
paradójica impedía el procedimiento en su causa. Segundo, cada separación
definitiva necesitaba estar considerada con amor. Y, como lo supo explicar bien
él mismo años antes, lleva mucho tiempo construir el amor.
Así que seguía esperando a pesar de que declararse competente
para aprobar la petición, dejando propia firma y sello, abriendo un nuevo
camino en su vida, lo podía hacer cada jueza del país. Cualquiera. Con una sola
condición...
Agradecimiento
por correcciones a Graciela M. Santos
y Mónica Huisman
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