martes, 29 de enero de 2013

QUE SOMOS?



Solía preguntarme: quien soy, que quiero ser, quienes somos, porque somos así?

Hoy me fui a escuchar tango sinfónico en la Usina del Arte. Era pura casualidad, en realidad me fui a bailar, pero como no pasaba nada interesante en la pista, descubrí un auditorio lleno de gente y un concierto que estaba por comenzar. Elegí estar parado y ver bien en una platea de costado, no tenía ganas de sentarme. Arrancaron con un tema suave…. el señor de unos cincuenta que se bien notaban en su cabeza calva seguía conversando con su señora e hija. Me acerque y sin decir nada suavemente le toque el brazo bajándolo con un mensaje transmitiendo lo que estaba pidiendo. Me aleje. Termino la primera pieza, los guardas abrieron las puertas lejanas para que entre la gente que llego tarde. De repente, el señor mayor se levantó, se acercó así que nuevamente le pude tocar el brazo con un gesto amable. No me toques – dijo. Anda a decir a estos que entran, que no molesten. No, anda Vos – respondí un poco sorprendido . Imbécil – era su última palabra. Y se sentó juntos con su familia. Luego volví a disfrutar de la música de modo algo distinto, de lo que me esperaba y cuando termino la segunda pieza, sin saber porque y sin entender, en el momento de los aplausos, del puro impulso me acerque a la familia y, así de corazón, sin buscar demasiada dulzura, le dije – sos ridículo. Repetido tres veces, no soy fanático de repetir, pero el carácter obsesivo suele expresarse de tal manera. La señora y la hija le agarraron al señor mayor y no le dejaron de levantarse, por lo menos hasta que comenzó la tercera pieza.

Reconozco, que cuando – a pocos segundos de la tercera pieza - se levantaron los tres, sentí un temblor y algo de adrenalina, que hacia mis músculos ponerse de piedra. Pero como el señor era de clase alta y culta, no llego a caricias físicas y dentro de un discurso emocional de su parte solo recuerdo haber escuchado un tan amable „puto!“, el cual expresaba la gran emoción del señor mayor hacia a mí. Y se fueron del auditorio…

Lo ocurrido fue un detonante para una clase de respiraciones profundas,  esta vez no solo abdominales, pero también de costillas que se expanden a los costados, como en el baile. Este fenómeno de concentrarse en lo más básico y lo más indispensable para vivir me permitió lograr una percepción que normalmente, en la corrida de la vida, se nos escapa sin que nos demos cuenta. En primer momento percibí como está distribuido el peso de mi cuerpo, en cada uno de estos hermosos instrumentos que constan de 26 huesos, 31 articulaciones y 20 músculos propios y que solemos llamar pies dándole usualmente peso de manera automática y inconsciente. 

Pronto después la música logro otra sutileza, el corazón se conectó con la tristeza, los ojos vieron a una señora mayor, sentada a la derecha, un poco más lejos, sacando se los mocos en ritmo de un tango famoso, el nombre de cual desconozco por ser ignorante. Al satisfacer mi deseo de mirarla di la vuelta a la cabeza, justo para ver a un señor sentado que estaba echando a una mujer bastante mayor parada en frente suyo, porque le tapaba la vista y cuando lo logro, contento saco su celular y se puso a mandar mensajes. Los últimos acordes de Adiós Nonino le indicaban el ritmo de presionar las teclas. Comenzaron a aplaudir de vuelta y entendí.

No somos lo que queremos, somos lo que podemos.

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